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1. Concepto
Como se ha señalado anteriormente, la violencia contra las mujeres es un fenómeno más amplio que la violencia doméstica contra la(s) mujer(es), siendo numerosos los ámbitos donde se pueden encontrar manifestaciones de la misma: contexto familiar y afectivo, centros de trabajo y estudio, ámbito institucional, etc.
La expresión “violencia doméstica” forma parte tanto del lenguaje coloquial como del que usan las y los profesionales. En el Glosario 100 palabras para la igualdad. Glosario de términos relativos a la igualdad entre hombres y mujeres, elaborado en el año 1999 por la Comisión Europea, define el término “violencia doméstica” como “toda forma de violencia física, sexual o psicológica que pone en peligro la seguridad o el bienestar de un miembro de la familia; recurso a la fuerza física o el chantaje emocional; amenazas de recurso a la fuerza física, incluida la violencia sexual, en la familia o en el hogar. En este concepto se incluyen el maltrato infantil, el incesto, el maltrato de mujeres y los abusos sexuales o de otro tipo contra cualquier persona que conviva bajo el mismo techo”.
En este sentido, se propone usar el término violencia contra las mujeres en el ámbito doméstico o violencia doméstica1 contra la(s) mujer(es) para referirse a cualquier acto violento que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para aquéllas y que se produzca sobre la base de una relación familiar y/o afectiva actual o previa. Para referirse a la violencia doméstica que se ejerce de forma continuada contra la mujer con el objetivo de controlar, someter, dominar y mantener una posición de autoridad y poder en la relación, se propone la utilización del término maltrato doméstico a la(s) mujer(es).
El maltrato doméstico se sustenta sobre la previa existencia de una relación desigual de poder; de hecho, el fin último del maltrato doméstico no es la producción de una lesión determinada, sino el sometimiento, la dominación y el mantenimiento de una posición de autoridad y poder en la relación. Esto explica que el maltrato doméstico sea producido mayoritariamente por hombres contra sus parejas o exparejas.
En función de la naturaleza de los actos agresivos en los que se manifiesta, se pueden diferenciar cuatro tipos de maltrato doméstico:
Foto: nyki_m.
a) Físico. Son aquellas acciones de carácter no accidental que conllevan riesgo o daño para la integridad física de la víctima. Incluye conductas como empujar, pegar, quemar o el uso de armas u otros objetos para agredir a la víctima.
b) Psicológico o emocional. Son acciones no accidentales que conllevan un daño o riesgo para la integridad psíquica de la víctima, en forma de amenaza, insulto, humillación, desprecio, rechazo afectivo, así como bloqueo de las iniciativas de interacción, aislamiento, incomunicación, etc.
c) Sexual. Son aquellos comportamientos de naturaleza sexual realizados sin el consentimiento de la víctima.
d) Económico. Consiste en impedir el acceso a la información o el manejo del dinero o de otros bienes económicos. Incluye conductas tales como el chantaje económico, el control absoluto de los ingresos, impedir o limitar la participación de la mujer en los bienes comunes, impedir el acceso a un puesto de trabajo o el impago de pensiones alimenticias.
Lo normal es que dentro de la misma relación concurran los diferentes tipos de maltrato.
2. Causas y factores desencadenantes
Hay numerosas teorías que explican la existencia y la amplitud del maltrato doméstico a mujeres. En las investigaciones dedicadas al maltrato doméstico se ha seguido el siguiente recorrido:
- en las dificultades de relación en la pareja, donde la agresión es el resultado de una interacción entre cónyuges. Se trata de una forma de comunicación que conduce a estallidos de violencia.
- en el aprendizaje de la violencia, dentro de la propia familia, la llamada violencia generacional, que se trata de violencia transmitida generacionalmente.
Teniendo en cuenta lo planteado en el Modelo Sociocultural, y para poder entenderlo, es fundamental pararnos en el concepto de socialización en base al género: La socialización es el proceso mediante el cuál se desarrolla la estructura de la personalidad y se transmite la cultura de una generación a otra. Por otra parte la estructura de personalidad es el sistema de expectativas, objetivos y acciones que han persistido a través del tiempo y que pertenecen a la persona.
Se entiende por socialización en base al género el proceso de aculturación (adiestramiento impidiendo su propio rumbo) en valores, actitudes y destrezas, de forma discriminada que se da en nuestra sociedad según el género y es a través de este proceso de socialización donde se van a configurar los roles sociales en función del sexo.
En general existen una serie de valores y estereotipos en torno a los cuales se socializa a los chicos y chicas diferenciadamente, entre los cuales seleccionamos los aspectos específicos relacionados con el tema del maltrato: la agresión, el manejo del dinero, las relaciones sexuales y el tratamiento de la dependencia implícita en el vínculo de la pareja.
- Las mujeres son socializadas con la expectativa de que su principal tarea en la vida es cuidar de las demás personas, por lo que sus vidas se centran en actividades que conducen al desarrollo y crecimiento de quienes les rodean y no de ellas. Responder a las necesidades de otras personas puede brindar sensación de gratificación y placer. El precio es depender de otros, en particular de sus maridos, subordinarse a su poder, status y autoridad fuera del hogar.
- El sentido de sí mismas, de su identidad, está profundamente afincado en afiliaciones y relaciones personales que sugieren el desarrollo de capacidades y cualidades de afectuosidad, expresividad emocional y empatía.
La idoneidad de una mujer en lo que respecta a la afectuosidad, empatía y las relaciones interpersonales es a menudo desvalorizada y desestimada, dado que las aptitudes para el mundo exterior son las más valoradas en una sociedad patriarcal.
- La posición social de subordinación genera cólera en las mujeres, pero existen dificultades para que lo manifiesten porque han recibido el mensaje de que una persona responsable de cuidar a los demás no puede ser colérica. El hecho de que muchas veces sean económicamente dependientes es otra barrera para la manifestación de la cólera que provoca la subordinación.
- Las mujeres frecuentemente dejan el destino económico de ambos en manos del marido, cediéndole el control de su dinero y manejando sólo una parte de la economía, la denominada “dinero de bolsillo”, el dinero de cada día, el que se utiliza para el consumo cotidiano y para el mantenimiento de la estructura familiar.
- La relación sexual es, a menudo, un acto simbólico realizado en nombre del deber y la responsabilidad, en aras del matrimonio y la maternidad. Esta actitud impide que experimente plenamente sus propios deseos sexuales.
- En LOS HOMBRES el sentido de sí mismos, su identidad, está orientada hacia el logro del éxito público, a conseguir un status social y no en un desarrollo positivo de las relaciones personales.
- Normalmente, su autoestima se conecta con la circunstancia de hacer por oposición a dar. Aunque les interesa ser maridos y padres, el reconocimiento de su masculinidad proviene predominantemente de sus roles fuera de la familia y de sus posiciones de liderazgo.
- El éxito fuera de la familia exige una conducta controlada, prevenida y calculada. Esto implica que, en muchos casos, obturen grandes zonas de su propia sensibilidad, inhibiendo su capacidad de responder a las necesidades de otras personas.
- A veces una “ira feroz” o una “furia salvaje” puede verse como fuente de poder o fuerza en un hombre. Para muchos de ellos las relaciones íntimas son situaciones que deben ser frenadas y a menudo se experimentan como impedimentos o trampas; aunque se defienden contra la amenaza que implica el amor y la intimidad, las necesitan y exigen esto de las mujeres, lo que ellos mismos tienen miedo de dar y recibir.
- El dinero es el símbolo de status, prestigio y autoridad. Los varones, generalmente, manejan las inversiones económicas de la familia, el dinero grande, donde se asienta el poder, es el dinero que entra en juego en decisiones de trascendencia.
- El poder y el status han estado identificados con la sexualidad. Por ello, socialmente se han valorado como un signo de masculinidad, no tanto las relaciones sexuales con la pareja, sino la cantidad de mujeres asediadas y “conquistadas”.
- El deseo está a menudo desligado de la necesidad emocional. Para algunos hombres la experiencia sexual es un camino a la intimidad, quieren expresar ternura a través de la relación sexual y no son bien comprendidos, pues para ellos la verbalización de los sentimientos no es una parte importante de la intimidad.
Precisamente de esta socialización de género se derivan la mayoría de los problemas para una relación igualitaria entre mujeres y hombres.
Foto: nyki_m.
3. Ciclo de la violencia conyugal
El maltrato que sufren las mujeres a manos de sus parejas se produce normalmente de forma cíclica. A dicho proceso se le denomina “el ciclo de la violencia conyugal”. Está compuesto por tres fases:
1. Primera Fase: Acumulación de tensión. Hay agresiones tanto psíquicas como golpes menores. Las mujeres niegan la realidad de la situación y los hombres incrementan la agresión, los celos y los sentimientos de posesión, creyendo que su conducta es legítima.
2. Segunda Fase: Fase aguda de golpes. Las tensiones que el maltratador ha ido generando en la primera fase, derivan es un comportamiento descontrolado y altamente agresivo y lesivo para las víctimas.
3. Tercera Fase: “Calma amante” o “luna de miel”. Muestras de arrepentimiento y afecto del maltratador hacia la mujer y aceptación de ésta que cree en su sinceridad idealizando la relación.
Luego se recomienza el ciclo.
Con el paso del tiempo este ciclo se va cerrando cada vez más, el maltrato es más frecuente y severo y la víctima se encuentra con menos recursos psicológicos para salir de la situación de violencia. Por tanto, cuanto más tiempo permanezca en la relación abusiva, la probabilidad de que las consecuencias psicológicas se cronifiquen es mayor y el pronóstico de la recuperación es más desfavorable.
La creencia, por parte de la víctima, de que debe potenciar con su conducta los aspectos positivos de su cónyuge tiene como consecuencia, en muchos casos, la adquisición de la responsabilidad de la violencia, así como la aparición de sentimientos de culpabilidad y de baja autoestima cuando sus expectativas fracasan. Por ejemplo, si frente a la agresión la mujer toma conciencia de que algo grave sucede en la pareja y se replantea la relación, no es lo mismo que si a los golpes sucede la calma “amante” típica del ciclo, en la que la mujer puede llegar a negar la gravedad de los hechos y a no denunciar la situación vivida.
4. Consecuencias psicológicas en las víctimas de maltrato doméstico
Además del daño físico, el maltrato doméstico provoca en la mayoría de los casos un malestar psicológico crónico en las víctimas. A continuación destacamos las secuelas psicológicas más frecuentemente producidas por el maltrato a sus víctimas:
- Altos niveles de ansiedad y miedo. El hecho de que el maltrato se manifieste de forma repetida, hace que las mujeres vivan en una situación de angustia y temor permanente por su integridad y la de sus hijos e hijas.
- Depresión, baja autoestima y sentimiento de culpa. Se generan, en muchos casos, como consecuencia de haber fracasado en sus numerosos intentos de cambiar la actitud del agresor y de no sentirse capaces de hacer frente a la situación.
- Trastornos psicosomáticos. Aunque se manifiestan a través de alteraciones o dolencias físicas como migrañas, fatiga, problemas intestinales, trastornos ginecológicos, pérdida de apetito, pérdida de deseo sexual, etc., tienen su verdadero origen en el malestar psicológico de la mujer.
Cuanto más tiempo dura el maltrato, más graves suelen ser las consecuencias psicológicas en las víctimas y esto hace que cada vez se encuentren más inhibidas y con menos recursos psicológicos para efectuar cambios en su vida y salir de la espiral de violencia.
El maltrato doméstico genera también importantes consecuencias psicológicas en los hijos e hijas y no sólo en las mujeres que lo sufren directamente, sino también en quienes lo padecen de forma indirecta por ser testigos de la violencia que se ejerce contra su madre.
Los síntomas más frecuentes detectados en niños y niñas expuestas a situaciones de maltrato familiar son: ansiedad, depresión, baja autoestima, agresividad y problemas de relación social y de rendimiento escolar.
5. Rasgos más frecuentes de los hombres maltratadores
Los maltratadores suelen ser personas de valores machistas que han internalizado profundamente un ideal de hombre como modelo incuestionable a seguir. Este ideal de hombre ha sido interiorizado a través de un proceso social en el que ciertos comportamientos son reforzados, otros reprimidos y una serie de reglas transmitidas.
Entre las características de este ideal están la fortaleza, la autosuficiencia, la racionalidad, el control del entorno que le rodea y la superioridad sobre las mujeres.
La violencia supone, en muchos casos, un intento desesperado por reafirmarse y recuperar el control perdido, a veces fuera del hogar, en el último ambiente donde realmente pueden demostrar su superioridad, en casa. Han recibido el mensaje básico que dice que ser hombre es algo importante y que todo hombre debe tratar de demostrar esa importancia de alguna manera, en este caso a través del sometimiento y dominación de su pareja.
Se considera violencia sexual, todo comportamiento de naturaleza sexual realizado sin el consentimiento válido de la otra persona. Incluye conductas como el exhibicionismo, palabras obscenas, tocamientos, violación, etc.
Se pueden distinguir tres tipos de violencia sexual:
a) Las agresiones sexuales. Son aquellas que se producen mediando violencia o intimidación. El caso más paradigmático es la violación en sus diferentes formas.
b) Los abusos sexuales. Son aquellos que se realizan sin violencia o intimidación. Están incluidos aquí los abusos cometidos sobre personas que no pueden prestar consentimiento válido por tener limitada su capacidad volitiva o intelectiva (menores, personas privadas de sentido o con determinadas discapacidades psíquicas, etc.).
c) El acoso sexual. Se trata de comportamientos verbales, no verbales o físicos de índole sexual y no deseados, que se producen en el marco de una relación laboral, docente o similar, con el propósito o el efecto de atentar contra la dignidad de la persona o de crear un entorno intimidatorio hostil, degradante, humillante u ofensivo.2
Aunque pueda pensarse lo contrario, en muchos casos la violencia sexual proviene de familiares o de personas conocidas. La violencia sexual, además de daños físicos, suele producir graves consecuencias psicológicas en las víctimas (ansiedad, pesadillas, depresión, disminución del deseo sexual...), que se prolongan mucho tiempo después del comportamiento violento y que requieren generalmente para poder superarlas de ayuda psicológica especializada.
En muchos casos la violencia sexual no se denuncia. Ello se debe a que tradicionalmente ha existido una amplia tolerancia social respecto de esta conducta, así como a otros factores interrelacionados como: el miedo a represalias por parte del agresor o a ser considerada culpable de lo ocurrido, la vergüenza de que el hecho sea conocido públicamente, la falta de apoyo familiar o social, el estado de confusión o conmoción psicológica generada por el comportamiento violento, la falta de información, etc.
En la siguiente tabla se exponen los datos sobre el número de denuncias relativas a mujeres víctimas de delitos contra la libertad sexual en la Comunidad, elaborados a partir de la información facilitada por el Dpto. de Interior del Gobierno Vasco sobre denuncias interpuestas en las comisarías de la Ertzaintza. Según dicha fuente, las relativas a mujeres representan el 86% de las denuncias interpuestas por delitos contra la libertad sexual.
En la siguiente tabla se recoge la evolución desde 2002 de las victimizaciones o denuncias de mujeres por delitos contra la libertad sexual.
1 Existen opiniones contrarias al uso
del término “doméstico”. Dos son fundamentalmente
los argumentos que se suelen esgrimir: uno, que el adjetivo “doméstico”
sugiere connotaciones de problema banal o poco importante y, el otro, que
puede dar a entender que la raíz de esta violencia es de ámbito
intrafamiliar y no social. El primer argumento, en nuestra opinión,
adolece de un sesgo androcéntrico, ya que la consideración
de lo doméstico como algo trivial o de escasa entidad es consecuencia
de la influencia que ejerce sobre nuestro pensamiento la escala de valores
impuesta por el sistema patriarcal, que infravalora todo lo relacionado
con las mujeres y con lo femenino. En cuanto al segundo argumento, aunque
lo compartimos, entendemos que nos nos puede llevar a prescindir de él,
porque es un término consolidado y comprensible para la generalidad
de las personas y porque tampoco se han encontrado otros términos
que lo puedan sustituir satisfactoriamente, ya que los de “maltrato”
o “malos tratos” y el de “violencia de género”
que algún sector de la doctrina proponen, se refieren a realidades
más amplias: por un lado, los malos tratos se pueden producir también
fuera del ámbito de una relación convivencial y/o afectiva
(sería el caso de los malos tratos infligidos en ámbitos institucionalizados
como prisiones, centros de detención, instituciones psiquiátricas,
etc.); por otro lado, la “violencia de género”, aunque
sea un término que por los motivos señalados preferimos no
usar, entendemos que en todo caso engloba a todos los distintos tipos de
violencia que sufren las mujeres por razón de su sexo. El término
doméstico nos sirve para especificar el ámbito donde se produce
un tipo de violencia contra las mujeres y, por ello, se propone su uso siempre
que en el
contexto quede claro que no nos estamos refiriendo a un problema meramente
privado o intrafamiliar.
2 Esta definición es la recogida en el artículo 43.1 de la Ley del Parlamento Vasco 4/2005, de 18 de febrero, para la Igualdad de Mujeres y Hombres, y en la Directiva 2002/73/CE.
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